María Teresa Jardí
Incluso para una dictadura cuatro mil ejecuciones, en menos de dos años, son una barbaridad y para un partido usurpador, que no se asume por un buen número de ciudadanos como la dictadura que es, lo son aún más y peor aún cuando se evidencia como certeza que la impunidad ha sido convertida en una de las reglas del fracasado, pero impuesto, sistema político que sólo a un puñado de familias mafiosas, que se han hecho de la empresa y del poder en México, beneficia.
Es falso que un grupo delincuencial desafíe a un Ejército Nacional puesto en la calle con orden de combatirlo.
Los delincuentes son transgresores de la ley, no locos de atar.
Ni pensando a todos los narcos que mueven droga y a todos los sicarios de esos narcos como irredentos drogadictos se habría llegado a los niveles de violencia que hoy se dan en México.
Incluso los locos conservan el instinto de conservación.
Salta a la vista, pues, que se trata de terrorismo de Estado para someter a los mexicanos a los designios de la nación extranjera que, con el pretexto de hacerse cargo de la violencia con la que no puede el desgobierno usurpador fascista, vendrá a imponer el control de sus esclavos mexicanos, que es en lo que nos convierte la entrega del petróleo y de la electricidad.
El problema de la derecha panista está en el relajamiento de valores y principios que nada más llegar al poder tuvieron sus militantes o que quizá habían tenido siempre, pero que como oposición fingían no tener. Lo más abominable de la derecha panista es su fascismo entreguista.Leer más...
Bitácora Republicana
Porfirio Muñoz Ledo
El título escogido no alude a la cadenciosa poesía de José Martí, cuya versión musical tiene eco universal, sino al enclave militar que los Estados Unidos mantienen en Cuba. Los abusos que ahí se cometen contra los prisioneros de guerra han hecho de Guantánamo un símbolo de la impunidad con que suelen violarse los derechos fundamentales.
Este fue el eje de la presentación anteayer de un libro excepcional: La Urgente Seguridad Democrática, del joven investigador Abelardo Rodríguez. Es un análisis retrospectivo de las doctrinas y métodos que han empleado los gobiernos mexicanos para mantener el “orden interno” del país desde la época post revolucionaria. Es una historia de los abusos y los límites del autoritarismo.
Destaca la confusión original entre seguridad del Estado y seguridad del régimen, e incluso seguridad presidencial, a través de un largo período. Explica que el concepto “seguridad nacional” llega a nosotros hasta principios de los años ochenta, pero a pesar de que se explora teóricamente su carácter multidimensional, queda confinado en la práctica a los controles políticos y territoriales.
En el prólogo, Sergio Aguayo subraya el protagonismo del gobierno norteamericano en el apuntalamiento de ese sistema, particularmente durante los tiempos de la Guerra Fría. Anota que “los excesos y errores del autoritarismo se convirtieron en la principal amenaza a la seguridad, porque debilitaron al Estado”. Lamenta “la impotencia de unos gobernantes incapaces de entender que la supervivencia del Estado dependía de una refundación democrática”.
Según el autor “Vicente Fox desperdició la oportunidad histórica de desarrollar una política de seguridad nacional que antepusiera los intereses del país a los de partido, sexenio y facciones”. La más grave falla de la transición fue el abandono de la reforma del Estado por la incompetencia de sus dirigentes, quienes “permitieron que la vulnerabilidad de las instituciones mexicanas se propagara irremediablemente”.
De Felipe Calderón asegura que “la premura por ocupar el cargo y reconstruir una legitimidad no le permitió ordenar un diagnóstico integral y estructurar un plan maestro de combate a las amenazas contra la seguridad nacional”. Por el contrario “la militarización acota el diseño de una estrategia más amplia, visionaria y de Estado”. Resulta “altamente peligrosa, porque puede fracturar al sostén de la seguridad nacional y de la seguridad pública: las Fuerzas Armadas”.Leer más...
Conjeturas
Alvaro Cepeda Neri
Si el final del presidencialismo priísta, sin sobresaltos y en cámara lenta tras las elecciones de la fallida alternancia foxista, abrió las puertas traseras del sistema para el regreso al antiguo caciquismo de los (des)gobernadores, entonces el presidencialismo neopanista del bribón de Fox y los casi dos años de la manu militari de Calderón, de plano abrieron de par en par las puertas del frente para que en los 31 estados (y el Distrito Federal de Ebrard), los tres poderes estén en manos del gobernador en turno. Esto, pues, ha generado que en las entidades, y en unas más que otras: Oaxaca, Sonora, Veracruz, Jalisco, Guanajuato, Chihuahua, Estado de México, Chiapas, lo que impera es el autoritarismo de sus (des)gobernadores.
De los citados, indudablemente Oaxaca, Sonora y Veracruz están más que urgidos de cómo deshacerse de sus depredadores y malos gobernantes: Ulises Ruiz, Robinson-Bours y Fidel Herrera, ya que les ha causado gravísimos daños políticos, económicos y sociales que, si funcionara el Estado Federal y estuviera vigente un presidencialismo (aunque fuera como lo es de derecha, en su versión actual) sin chantajes por los poderes menos institucionales y los grupos de presión, esos (des)gobernadores ya hubieran renunciado. Y hasta puestos a disposición del juicio político, para deslindarles responsabilidades y esculcarlos por sospecha de enriquecimiento ilícito.
El (des)gobernador oaxaqueño, tras cuatro años, sostenido por el PAN y Los Pinos, más las bendiciones del priísmo madracista, debería encabezar el descabezamiento. Su caída ha sido inminente. A punto de ocurrir. Y sin embargo, el presidencialismo calderonista lo sostiene, apechugando los costos que lo señalan como cómplice; pudiendo sus diputados y senadores promover la desaparición de poderes en Oaxaca, lo cual sólo sería una confirmación ya que en la entidad Ulises se encuentra exiliado y no hay gobernabilidad. Los conflictos y baños de sangre son una constante.
A punto siempre de ocurrir la caída del (des)gobernador, lo salvan, ayer Ramírez Acuña y ahora Mouriño (y con Fox los sostuvieron: Creel y Abascal) con los buenos oficios de los panistas en el Congreso General, la indiferencia del PRD, la complacencia de Convergencia y un PRI que se deja querer para mantener esa gubernatura priísta. Un PRI que no comprende o se hace, que mantener a Ulises lo desprestigia más y que Oaxaca, como Sonora y Veracruz, peligran electoralmente. “Ulises Ruiz debe irse, es responsable de la crisis”, subtitula el periodista Ricardo Alemán en su columna: “¡Ya basta! Oaxaca, la otra pesadilla (El Universal: 20/V/08).Leer más...
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