Ladillas
Los Fusilamientos - 001
Por el Lic. Mefistófeles Satanás
Yo, el chamuco, veo con agrado que el gobierno de fecal está permitiendo que se reviva la muy mexicana costumbre de los fusilamientos. Recientemente hubo un fusilamiento con todas las de la ley de seis infelices en la frontera.
El fusilamiento, decía, es una costumbre mexicanísima. Los españoles son parciales al garrote. Los franceses utilizan la navajota del doctor Guillotine. Los alemanes, químicos excelentes, prefieren el Xyclon B. Y los gringos, hipócritas como siempre, utilizan la inyección letal quesque para que el ajusticiado no sufra.
En México, el fusilamiento tiene una larga historia y cuenta ya con ciertos formalismos. Por ejemplo, los rebeldes o traidores son fusilados por la espalda. Así fue fusilado el cura Morelos, pues se le consideraba un rebelde o traidor a la corona. Igual suerte sufrió el traidor Santiago Vidaurri, el cual se había unido al partido de Maximiliano.
Otro formalismo del fusilamiento es que la víctima siempre reparte su dinero entre los muchachitos del pelotón que le va a disparar. Dirán algunos que esto es para demostrar los que no hay rencor. No. La idea es darle una mordida a los del pelotón para que NO le apunten a uno a los huevos.
El general Pablo López era un lugarteniente de Villa. En la escaramuza en que Pancho fue herido por los gringos de Pershing, López también fue herido, en una pierna. El centauro se hizo ojo de hormiga en una cueva de la sierra. Lo mismo hizo, por separado, López. Los gringos de la expedición punitiva los buscaban afanosamente.
Finalmente, fue descubierto el escondite de López. Este se aprestó a vender cara su vida. Su pierna ya se había gangrenado. “¡Si son mexicanos, me rindo!” gritó López cortando cartucho. “¡Si son gringos, éntrenle hijos de la chingada!” Pero se trataba de mexicanos carrancistas y López fue capturado.
Pershing de inmediato mandó un oficial a pedir que “hicieran hablar” a López torturándolo para que revelara donde estaba Pancho Villa escondido. Los carrancistas, muchos de los cuales eran ex-villistas, se rehusaron a tal cosa. Obregón ordenó que López fuera fusilado.
Después de un buen desayuno –es parte del ritual—, cojeando y ayudándose con sus muletas, López fue llevado frente a una pared. Se habían juntado los morbosos de siempre. López notó que entre estos estaba un oficial gringo.
“¿Cuál es su ultima voluntad mi general?” le pregunto el teniente a cargo del pelotón.
“Un pitillo y que me retiren a ese gringo hijo de la chingada.”
Así se hizo. López tiró sus muletas y se trató de sostenerse posición de firmes aun con su pierna herida. Sonreía y fumaba impasible su pitillo cuando sonó la descarga.
Fecal, Gustavo Mandadero, Capulina Beltrone, y el resto de traidores a la patria pronto tendrán oportunidad de demostrar si tienen los huevos de mi general Pablo López. Lo dudo.
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